jueves, 17 de julio de 2008

La Ausencia de la Pregunta Original

Sobre la relación del hombre con el medio natural.
“En el principio separó Dios las aguas de la tierra… y vio Dios que era bueno”.

Al igual que el gesto descrito por la Biblia, el hombre en su actuar sobre el territorio lo hace sobre la base de la diferenciación. Diferencia por sobre igualdad, singularidad por sobre homogeneidad, en un gesto que tensiona el espacio volviéndolo anisotrópico. Sobre el continum idílico de los espacios naturales el hombre configura sus intereses, convirtiendo los valores propios de la naturaleza - los intrínsecos que la hacen ser lo que es, más allá de nuestras mezquindades - en recursos, sobre los cuales la sociedad construye su prosperidad.

Esta segregación de los espacios naturales que ocurre en virtud de la diferenciación que se hace de ellos - recursos por un lado y bienes fondo por otro; los que gozan de valor económico y los que no; las bellezas turísticas y las fealdades territoriales - está ausente justamente de la mirada sobre el medio natural mismo, sobre sus singularidades propias al margen de la valoración que le entrega el hombre. Se interviene el medio ambiente en virtud de los intereses mezquinos de una sociedad que no actúa con el principio de maximizar los beneficios colectivos, sino sobre la exacerbación de los beneficios pecuniarios individuales – que maximizan los beneficios con “manos invisibles….” según sostiene Adam Smith, el gurú del neoliberalismo – fundados en un modo de vida intrínsecamente crematístico que subyuga todos los futuros posibles estigmatizándolos bajo el cruel concepto de la inversión[1]: aprovechar hoy los frutos que eran para mañana. Pero esta manera tan cruel y matemática de proceder sobre este medio natural, que por cierto siguiendo a Aristóteles es más crematística que económica, ignora los procesos naturales, sus tiempos y espacios, que operan en dimensiones invalorables para el homo-crematisticus.[2]

Así es la forma irresponsable de proceder de la sociedad que nos ha tocado vivir y sobre la cual nos preguntamos algunos constantemente sobre su futuro. Una sociedad ausente de preguntas originales y de toda prudencia, que jamás se cuestiona si aquella diferenciación que se introducirá sobre el medio natural, y que por cierto muchas veces marcará su devenir, será apropiada, permitirá que ese espacio ahora diferenciado del resto en virtud de su potencial crematístico al menos mantenga la esencia de lo que hoy lo hace ser lo que es, siquiera como una medida del limite de explotación que se pretende instalar.

No, procedemos de manera ciega al futuro y en la constante diferenciación que ejercemos sobre el medio únicamente lo hemos deteriorado y dañado, y en nuestra ceguera total seguimos maquillando los efectos inmediatos de nuestras crematísticas acciones sobre él, ignorando las otras diferenciaciones, las que ocurren sobre el tablero, el computador y el escritorio y que son las que están definiendo los efectos nocivos del futuro, los inconmensurables efectos de nuestras abyectas planificaciones que en pocas generaciones nos dejaran sin planeta.

Urge volver a la pregunta original, esa que tiene su espacio antes de cualquier acción, aquella única que podría reivindicar nuestra manera de relacionarnos con el medio ambiente. La pregunta que trascienda nuestra crematística manera de entender el mundo con beneficios inmediatos pisoteando las necesidades del largo plazo:

¿Podrá el medio natural soportar de manera adecuada la diferenciación sobre la cual esta sociedad proyecta sus beneficios?
[1] Acción de invertir, en el caso el futuro por el presente.
[2] Usando la definición del propio Aristóteles, parece mas acertada esta definición que la de homo economicus citada en algunos textos, en virtud de que la economía es en estricto rigor el racionamiento de la escasez. En el caso particular no existe ningún racionamiento sino un único interés eminentemente pecuniario, es decir crematístico, con un apetito la más de las veces voraz.

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