jueves, 17 de julio de 2008

Ciudad y Democracia

La palabra griega Democracia, significa el gobierno del pueblo y tiene su origen en la civilización helena, unos 500 años antes de la era cristiana. En aquel entonces la civilización griega, esa que en forma errónea creemos unitaria, se estructuraba en torno a Ciudades – Estado. La civilización griega como tal, no existe. Lo que conocemos de ella es la sumatoria de elementos comunes, culturales, étnicos, idiomáticos, comerciales, y bélicos, de una serie de pueblos diseminados por un territorio tremendamente fragmentado: la península de los Balcanes y el Mediterráneo. Así es, los griegos, a diferencia de los romanos que se estructuraban en torno a un poder central, se regían a si mismos de manera atomizada, donde cada Ciudad – Estado constituía un país autónomo, y que incluso en determinadas circunstancias, podía llegar a hacer la guerra con otra Ciudad Estado, para la consecución de algún objetivo. En la practica, cada Ciudad – Estado determinaba su propio destino, muchas veces sin considerar el de las demás. Conocidos son los eternos conflictos entre Atenas y Esparta.

La Democracia como forma de administración político territorial que hemos heredado estaba concebida para y desde la ciudad. La pregunta que podríamos hacernos es si ¿Puede entonces entenderse la Democracia fuera de este contexto, puede esta concepción de representatividad ciudadana extenderse a realidades territoriales mayores?

Para los griegos la ciudad era el centro del mundo y la cultura, la manifestación física del ideario social, religioso y cultural. Su gobierno y su tamaño, no podían dejarse al libre arbitrio. Para los griegos la política básica de cada Ciudad – Estado se manifestaba en el tamaño: cuando se sobrepasaban los 5.000 habitantes, había que fundar otra Ciudad – Estado. Y no en cualquier lugar, sino a una determinada distancia, con el suficiente territorio que le permitiera sustentarse en el tiempo de manera autónoma.

Aristóteles concebía el Estado como una asociación de hombres libres que reconocen un mismo gobierno y que pueden reunirse en asambleas, estimando no ser viable aquel que tuviera más de 10 mil ciudadanos. En lengua griega la palabra polis significaba, a la vez, Ciudad y Estado.

Esta inteligencia espacial – funcional de los griegos permitió que su sistema político, la Democracia, diera los frutos culturales que todos conocemos: en ciudades de 5.000 habitantes, la representatividad de un ciudadano para tomar las decisiones de los otros y con los otros en pro del bien común no era una utopía, era una realidad.

Al extrapolar el sistema democrático, esto es representativo, a tamaños ampliamente superiores a los cuales fue concebido, se producen las iniquidades y deformaciones que hemos visto a través de la historia. Es cierto que hoy la calidad y potencia de las comunicaciones nos permiten optar a universos de representación bastante mayores que 5.000 almas, pero también es cierto que el riesgo que implica es alejar el gobierno de los ciudadanos o en el peor de los casos simplemente caer en la demagogia. Hoy mucho de lo que pretende ser Democracia representativa, y solamente por una cosa de “tamaño” del universo de representación, no es más que demagogia. No es que los políticos estén faltos de verdad, es que el sistema democrático pareciera ser poco funcional para “tamaños” demasiado grandes. La distancia entre el representado y el representante se torna inconmensurable, a pesar de las oficinas de atención de público, o de las tortas que se regalan los fines de semana. El político aparece distante y ajeno, preocupado de otras cosas. Y me refiero específicamente a los niveles “nacionales” de representación, situación que por oposición explica el alto grado de validación que hoy tienen por ejemplo las autoridades locales, porque esas si que están preocupadas de los verdaderos problemas de sus electores, aunque y ese el es tema de fondo de la representatividad, los gobiernos locales en la practica no existen, aplastados por la superestructura de instituciones nacionales y sus replicas regionales.
Una democracia verdaderamente representativa, no puede desprenderse de su realidad espacial. Una realidad geográfica y un colectivo social que le den sentido, donde además su tamaño le permita ser fiel y comprometerse con aquello que pretende representar, además de conocer y “saber” de lo que esta hablando. Esta idea hace pensar que, desde el punto de vista político administrativo, la descentralización no es una quimera, es una necesidad urgente para poder sostener un sistema que hace rato hace aguas. Pero no cualquier descentralización sino una que devuelva la Gobernabilidad a las ciudades, con competencias y autonomías plenas. Volver a la democracia representativa, pero esta vez con poder de decisión, con las facultades reales para poder tomar las riendas del desarrollo local, como lo hacían los griegos con sus ciudades estado. No estar esperando por las decisiones miopes y poco sensibles desde el nivel central. Sino gobernarnos a nosotros mismos desde la ciudad y sobre las enormes riquezas de nuestro territorio. La descentralización, la vuelta del poder a las ciudades, la vuelta a la verdadera democracia.

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