Vivimos en una sociedad que ha transformado casi
por completo la faz de la tierra. La agricultura mundial se soporta en
territorios que otrora fueron frondosos bosques. Mas allá de las alarmantes
tasas de deforestación de ciertos países - que ocupan la atención de organismos
internacionales - el viejo mundo y parte importante de Asia y Norteamérica ya
fueron deforestados en procesos devastadores desde el punto de vista ecológico
durante los siglos XVII, XVIII y XIX. Hoy día tales territorios gozan del
estatus de paisajes culturales, donde aquella intervención del hombre que
alteró, modificó y en algunos casos exterminó el ecosistema preexistente, ha
sido enaltecida como un valor para la civilización. No se ha medido la
relevancia y magnitud de lo perdido. Las transformaciones antrópicas del
territorio a gran escala traen implícitas este germen de perversidad, en algún
momento dejan de ser modificaciones dañinas para pasar al estatus de paisajes a
conservar.

El paisaje “natural”
europeo, que a veces tanto seduce, es un constructo completamente
artificial. Rather en Saxon
Switzerland National Park, Germany. Fotografía del autor.
El caso del valle central de Chile es elocuente,
que ha sido deforestado en gran magnitud, generándose un nuevo paisaje agrícola
que ha desplazado al original de bosques frondosos. Hoy esos territorios además
de ser la fuente de alimentación del país son un paisaje que se vende
turísticamente como tal. El bosque, que ocupo esos territorios antes que el
hombre, ya ha sido olvidado mientras el proceso de deforestación aún continua
expandiendo las fronteras agrícolas y ganaderas.
Área deforestada en la región de Magallanes, Patagonia Chilena. Fotografía del autor.
La sociedad actual, mientras ignora los efectos
agregados que transforman el medio natural a gran escala, se concentra en
proteger y gestionar pequeños elementos aislados o componentes ambientales, en
un gestión menoscabada del medio natural que soslaya las mayores presiones que
se producen como efecto del conjunto de las actividades sobre el territorio, de
la sociedad sobre el medio natural y de las sinergias que surgen en ese actuar
sistémico, como propiedad emergente que resulta en una pérdida neta de valores
ecológicos y la desaparición de ecosistemas completos.
En su conjunto el metabolismo de las sociedades
ejerce una presión sinérgica sobre el medio natural que se constituye en la
principal amenaza para su protección a largo plazo. El paradigma actual de usos
sostenibles, gestión del ambiente y, peor aún, de valoración de los servicios
ambientales, no es adecuado para tales objetivos, pues coadyuva con el sistema
en la dirección del detrimento ecológico, soslayando el efecto del conjunto.
Hasta el momento no existe manera de asegurar una adecuada mantención de los
sistemas naturales cuando se inscriben en la esfera metabólica de las
sociedades. Quienes intentan validar aquello como posible, realmente están
trabajando para aprovechar, utilizar e incorporar al metabolismo social los
últimos saldos ecológicos de un territorio que por tales acciones pierde su
principal condición: el de ser verdaderamente natural.
Patagonia, todavía quedan lugares verdaderamente naturales, aunque están
en franco retroceso. Fotografía
del autor.
Es el dilema del iceberg que deja las relaciones
entre sociedad y naturaleza sumergidas en un océano de ignorancia. La sociedad
actual es sensible y conciente sólo de aquello que ocurre sobre el nivel de la
superficie, al alcance de la percepción: la acumulación de riqueza y excedentes
producto del actual sistema económico, en ciudades y sociedades que miden sus
grados de éxito en guarismos miopes como el incremento del PIB. También existe conciencia,
a veces con gran orgullo, de los denominados problemas ambientales, los que
forman parte de la mayoría de las agendas gubernamentales, las agendas verdes.
Sin embargo el verdadero marco de estas relaciones es el de la incertidumbre,
donde se ignora no sólo la acumulación de efectos antrópicos sobre los
compartimientos ambientales, sino también la magnitud de las explotaciones. Aún
cuando el nivel de percepción se ha ampliado no es suficiente para dimensionar
la magnitud del fenómeno. Mientras los flujos metabólicos permanecen
desconocidos.

El dilema del
iceberg. Fuente: Inostroza 2011.
Las sociedades anteriores a las actuales sociedades
industriales poseían mecanismos para poder percibir sus interacciones con el
medio ambiente natural. Las sociedades de cazadores recolectores se veían
forzadas a realizar excursiones cada vez mas largas para encontrar alimentos
adecuados si cazaban o recolectaban con demasiada eficacia. Estaban en condiciones
de entender que había demasiadas bocas que alimentar para un determinado
entorno y si era el caso moderaban culturalmente su reproducción. Las
sociedades agrícolas por su parte eran capaces de aprender de las consecuencias
cuando se explotaban demasiado los suelos o se tenían demasiados animales que
alimentar. Sin embargo las sociedades industriales actuales experimentan que
las materias primas son cada vez más baratas, que la agricultura produce bienes
en exceso y que la población vive cada vez mas y mejor. No dependen del
territorio sino se benefician de intercambios remotos y del transporte,
manteniendo a su creciente fuerza laboral empleada la mayor parte del tiempo y
mitigan las tensiones sociales mediante el crecimiento económico. Esto produce
que la mayoría intente imitar los modos de producción y estilo de vida de estas
sociedades.

Inlcuso en lugares tan distantes como la Patagonia, en el extremo austral del mundo, se intenta imitar los modos de produccion y de vivir de otras latitutes. Ushuaia. Fotografía
del autor.
Para Ortega y Gasset la técnica y el bienestar son
sinónimos que implican la adaptación del medio a la voluntad del sujeto. En
términos proporcionales analizando el porcentaje de población mundial que ha
alcanzado esta meta, ciertamente es un problema que no tiene solución. Ese
deseo del hombre de adaptar el medio a su voluntad para gozar de bienestar no
se cumple para la gran mayoría de la población, sólo para algunas pocas
sociedades privilegiadas mientras gran parte de la humanidad vive en
condiciones precarias. Este contexto genera mucho del debate actual de
sostenibilidad y desarrollo humano, la incapacidad hasta hora de modificar ese
medio a nuestro antojo. Las modificaciones actuales han resultado más bien
derivadas de decisiones tomadas sin mayor conciencia de sus reales
consecuencias.
Un supuesto implícito y casi universal en los análisis publicados en
revistas científicas (profesionales y de divulgación) es que los problemas
discutidos tienen una solución técnica. Una solución técnica puede definirse
como aquella que requiere solo un cambio en las metodologías y técnicas de las
ciencias naturales, y demanda poco o ningún cambio en el ámbito de los valores
humanos o las ideas morales (Gared Hardin).
El tema de los límites no es retórico o romántico,
como se argumenta algunas veces para justificar los actuales patrones de
desarrollo, es un tema científico:
Curvas de
crecimiento exponencial al infinito sólo en matemáticas. En el mundo físico
siempre giran y se saturan o declinan catastróficamente. Es nuestra
responsabilidad como hombres pensantes hacer lo mejor hacia una suave
saturación en vez de un crecimiento exponencial sostenido, que nos llevará a
enfrentar problemas desconocidos y desastrosos (Denis Gabor).
Sin embargo la solución al dilema de los límites no
es científica como sus argumentos, es un acuerdo social, que debe surgir de la
conciencia sobre la magnitud de nuestras intervenciones y modificaciones sobre
la naturaleza, donde se hacen necesarias nuevas formas de mensurar las
relaciones que aun permanecen escondidas bajo el nivel de la superficie de las
conciencias.