viernes, 29 de agosto de 2008

VALORACION: VALOR ECONOMICO V/S VALOR ECOLOGICO

La valoración económica del territorio es un proceso social subyacente que ocurre espontánea e implícitamente al desarrollo de la base económica de cualquier sociedad en el espacio. A diferencia, la valoración económica de espacios naturales protegidos viene de la necesidad de relevar la importancia de aquellos en un contexto en que hoy priman los intereses económicos; el discurso es: en la medida que no se les de valor económico a estas áreas, estarán en desventaja respecto del resto de las actividades en el territorio.
El tema es que necesariamente se requiere que el cambio de paradigma pase además por el cambio de la estructura valórica: vale decir el valor económico de esas áreas será siempre menor que el valor económico del resto del territorio y cualquiera de las otras actividades por cuanto la necesidad de conservar-preservar implica un ahorro hacia el futuro, ahorro que hoy día significa que las actividades sobre esos espacios se privan de ciertos beneficios, independiente de la rentabilidad de largo plazo de ese ahorro. Este cambio de paradigma ético dice relación con que es el valor ecológico el que debe relevarse por sobre el valor económico, cuanto más o menos pesan determinados espacios en la conservación, preservación del medio natural, ecosistemas, redes ecológicas. Es ese valor ecológico el que nos debe hacer reflexionar sobre la necesidad imperiosa de preservarlos hacia el futuro y no la valoración de eventuales actividades económicas “sostenibles” que hoy día pudieren profitar de ellos. Sin este relevamiento del valor ecológico por sobre el valor económico estaremos siempre supeditando estas áreas al acecho de la sociedad sobre ellas áreas en su necesidad de desarrollarse y de seguir explotando el territorio sin límites. Por eso la valoración ecológica del territorio dice relación directa con los límites – espaciales – del crecimiento. Por eso que valorar económicamente las áreas de relevancia ecológica puede llegar a ser un tremendo error.
La valoración ecológica del territorio es una priorización espacial. En un contexto donde el hombre - técnico que por sobre su condición natural dada esta siempre viviendo en la posibilidad de ser algo diferente según dice ortega – esta constantemente ejerciendo modificaciones sobre el territorio y por otro lado un medio natural en equilibrio dinámico donde ambos deben coexistir, la valoración ecológica actúa como una gradiante de intervención antrópica sobre el territorio, como es ecológica será inversa a la valoración económica que funciona sobre la priorizacion de las actividades humanas sobre el territorio, de los intereses de las sociedades sobre el espacio en términos de ser capaces de solventar el desarrollo, mayor será el valor económico de aquellas áreas que mayores beneficios produzcan a diferencia del valor ecológico que estará en relación con el peso especifico de esos espacios en la mantención de los equilibrios ecosistémicos, sobre los espacios donde se articulan los hubs ecológicos, tendrán entonces una relación inversa.
¿Como valorar, que vale mas ecológicamente hablando?
Aparece el tema funcional, ¿Cual es la importancia ecológica de un glaciar, porque conservar un glaciar? ¿Que relevancia tienen las formaciones geológicas en la mantención de los niveles de homeostasis de los ecosistemas? ¿Cuánto pesa el aporte de nutrientes minerales en estos procesos? O si establecida su importancia como establecer entonces la gradiante de protección respecto de las actividades humanas? ¿Prohibir todo por que la función ecológica es el aporte de nutrientes?
Por que se valora para priorizar, ese es el par, ese es el sentido. La valoración lleva directamente a la determinación de los niveles máximos y mínimos de intervención antrópica en esa gradiante inversa a la económica.
Como establecer, en función del espacio, la estructura de prioridades funcionales que cada uno de ellos aporta en la mantención de los equilibrios ecosistemicos. Eso es valor ecológico.
Esto plantea una paradoja por cuanto la valoración, como acto intrínsecamente subjetivo, dependerá de la escala de valores sociales que la construya. En el caso de la valoración económica del territorio por su característica de ser subyacente al sistema social, existe un calce perfecto entre ambas, la valoración económica ira siempre de la mano de la estructura de valores de la sociedad. Por el contrario la valoración ecológica intenta determinar la gradiante espacial de relevancia para la manutención de las características ecosistemicas del territorio en una aproximación a su funcionalidad, pero como ejercicio de subjetividad endógena siempre estará de alguna manera supeditado a la escala de valores sociales. Esto explica en parte por ejemplo la visión biocéntrica de la conservación que ha primado durante estas últimas décadas. Porque es una valoración de tipo ecológico, la protección de determinadas especies. Pero normalmente esta protección viene de una estructura de valores sociales: porque están en extinción, o porque son singulares, endémicas, hermosas. La función ecológica de esas especies no juega un rol en la definición de su importancia para la conservación biocéntrica, nadie dice ahí cuanto dependen esos ecosistemas de esas especies para su mantención en el largo plazo. Entonces resulta que esa no es una valoración ecológica propiamente tal, sino mas bien es una valoración moral que hace la sociedad respecto de la naturaleza. En el caso especifico de las especies en peligro de extinción una suerte de mea culpa, misma que jamás ha considerado por ejemplo si la extinción de esas especies es una evolución natural. Sin intentar desmerecer su importancia, la protección de especies en vías de extinción no se plantea frente a la pregunta de cuan funcionales han sido esas especies en esos ecosistemas, o si desde el punto de vista ecológico es la competencia, selección natural, o cambio climático de largo alcance[1] el que las ha mermado. La idea de equilibrio dinámico nos confunde. La necesidad de que los ecosistemas evolucionen y cambien adoptando diferentes cadenas tróficas y características se contrapone con nuestra visión estática de crecimiento lineal propia de nuestras sociedades.
En principio seria necesario aproximarse a la valoración ecológica dialécticamente, como par junto con la valoración económica, como gradiantes opuestas. Mirado de esta forma aparece la relación entre valor ecológico y apropiación ecosistémica antrópica del territorio - de los ecosistemas, de los espacios naturales – donde hay una relación entre el valor ecológico que se dará a una determinada área en función de la mayor o menor susceptibilidad, posibilidad o formato de intervención antrópica de ese espacio. Esta relación viene dada por una parte de la subjetividad propia del acto valorativo sobre el espacio, que finalmente viene de una voluntad subjetiva que emana de una determinada estructura de valores de una sociedad y por otro lado porque la valoración ecológica en si misma aparece todavía débil por un bajo grado de conocimiento de la ecología de las áreas naturales, y entonces de las funciones ecológicas de determinados espacios, parches, lugares o formaciones, respecto de su aporte en la mantención de la resiliencia ecosistémica. Por ejemplo en el caso de los glaciares, si se quisiera establecer su valor ecológico en función del hábitat, entendiéndolo como la posibilidad de refugio y alimento para determinadas especies, claramente desde ese punto de vista un glaciar no ofrece ninguna posibilidad por ende su valoración ecológica será mínima; sin embargo no se puede desconocer que la valoración ecológica trasciende el concepto de hábitat, no se trata sólo de la protección de hábitats sino de la importancia que los diferentes elementos juegan en la mantención de las características ecosistémicas en el largo plazo, donde respecto de los glaciares hay otras funciones, características y procesos que no están suficientemente estudiados, conocidos o evaluados muchos desconocidos y por ende es muy difícil evaluar su importancia ecológica integral, como por ejemplo el aporte de nutrientes minerales a los cuerpos de agua, el rol en el balance de agua dulce agua salada, el aporte de oxigeno, el balance térmico en la mantención de ciertos rangos de temperatura por nombrar algunos y los efectos ecológicos de cada unos de estos procesos induce o propicia.
Entonces dado que por lo menos todavía ese tipo de aproximaciones ecológicas resultan conceptual, metodológica e instrumentalmente difíciles de incluir, imposible de evaluar, aparece este cruce con la gradiante antrópica de apropiación. En el caso del glaciar la gradiante de apropiación – y por ende el valor ecológico dado que funcionan como par inverso a mayor grado de apropiación menor valor ecológico - llegaría hasta aquella gama de intervenciones que no alteren los procesos antes descritos y que eventualmente podrían ser soportes de la resiliencia. En el caso del glaciar una extracción de agua sobre ciertos volúmenes que podríamos calificar de industriales en función de la masa total del glaciar, serian contraproducentes, en oposición a una extracción Premium como la que hoy día se hace de pequeños volúmenes para la elaboración de aguas de excelencia, todo esto con los necesarios resguardos. U otro tipo de actividades, aquellas que no afecten estas funciones u otras que se pudieren intuir, estableciendo el abanico de familias de intervenciones antrópicas. Esta es una manera indirecta de llegar al valor ecológico por oposición, como gradiante opuesta e indexado a la estructura valórica de la sociedad y esto por cuanto siempre la valoración es un acto humano subjetivo.
[1] Se refiere al que experimenta la tierra en sus ciclos, no al inducido por el hombre.

viernes, 18 de julio de 2008

PATAGONIA, EL DESAFIO DE LA SOSTENIBILIDAD

La ubicación geográfica de Punta Arenas en el mundo invita una profunda reflexión. Porque si existe una lección que este pequeño y apartado lugar pudiese dar al mundo es respecto de la nueva relación que debe construir el hombre con la naturaleza: la relación del siglo XXI. En un mundo donde el cambio climático y el agotamiento de los recursos energéticos fósiles ya no son una película de terror sino una aterradora realidad. En un planeta donde hasta los lugares más apartados están ocupados, apropiados y/o influenciados por la esfera de actividades del hombre. Que difícil es encontrar un lugar donde la naturaleza se exprese sin las manchas antrópicas, sin alguna evidencia de ese ecosistema urbano que se extiende por los territorios como metástasis, expandiendo sus cancerígenas células hasta los rincones mas apartados. Porque incluso lo que a nuestros ojos parece natural, los idílicos paisajes agrarios del sur de Chile por ejemplo, incluso ellos no son naturales, sino ecosistemas antropicamente dominados, donde prevalecen la homogeneidad genética y la apropiación de la producción de biomasa que ingresa como insumo al ecosistema urbano, al sistema de acumulación y se transforma en bienes y servicios, en riqueza y bienestar, en edificios y ciudades. Aquellos verdes paisajes hace tiempo que dejaron de ser realmente naturales. Nos engañan nuestros ojos cuando vemos aquel verdor y pensamos en la naturaleza, porque ecosistémicamente aquello es antrópico, es el hinterland de la ciudad. Aquí radica la relevancia mundial de los últimos bastiones vírgenes del plantea, aquellos lugares verdaderamente prístinos como la Patagonia, quizás uno de los más emblemáticos.
Somos un ecosistema de frontera, donde se encuentran, donde limitan, donde friccionan, la esfera de acciones del hombre el ecosistema urbano y el medio natural, virgen y prístino, con su metabolismo propio y niveles de homeostasis prácticamente sin intervención del hombre. Y como es uno de los últimos lugares del mundo donde esta especial condición de frontera existe, es entonces un lugar llamado a plantear nuevos lineamientos para la imperiosa redefinición de la compleja relación entre el hombre y la naturaleza.
Conceptualmente hablando para la Patagonia el gran desafío del futuro no esta en mitigar los daños ambientales. Escasamente se relaciona con buenas prácticas, amables con el ambiente, sustentables como todavía se dice. Por nuestra especial condición tenemos la oportunidad y la responsabilidad de ser los protagonistas de las bases de una nueva relación con la naturaleza. Un nuevo compromiso de equilibrio dinámico donde se respeten los mínimos y máximos que permitan una relación mas permanente en el tiempo, que internalice costos y se preocupe de las diferentes equidades necesarias, sumando a la equidad intergeneracional y social del discurso de la sostenibilidad, la equidad ínter-especifica, vale decir el derecho que también tienen las otras especies a cohabitar con nosotros en un ambiente de sano equilibrio.
Varias son las tareas pendientes para enfrentar esa redefinición irrenunciable de las relaciones hombre-naturaleza. Particularmente ausente esta la discusión legislativa de fondo, donde el gran ausente son los actores locales. Nuestro país, enfrascado en una definición institucional de los años 60 del siglo pasado, aun no despierta del sueño del centralismo, es ciego e insensible a la necesidad imperiosa de entregar a las instituciones de alcance local, la sociedad civil directamente involucrada, a los vecinos finalmente, el rol y la responsabilidad de guiar su propio desarrollo, en nuestra comuna, en nuestra ciudad, en la esquina de nuestro barrio. Otro Ministerio en Morandé con Alameda, por muy bien intencionado que este, no resolverá nuestros australes problemas.
Nuestra región esta llamada no sólo a plantearse frente a su propio futuro, sino también como un actor importante en el futuro del planeta. Somos quienes tenemos la naturaleza al alcance de la mano, sus vecinos más cercanos, quienes realmente compartimos el deslinde. Por eso es nuestro deber convertirnos en una interfase antrópico-natural, un paradigma de equilibrio dinámico que esboce la nueva relación del hombre con su entorno. Porque si esa nueva relación no aparece en este siglo, entonces no quedará mas planeta que consumir.

jueves, 17 de julio de 2008

Ciudad y Democracia

La palabra griega Democracia, significa el gobierno del pueblo y tiene su origen en la civilización helena, unos 500 años antes de la era cristiana. En aquel entonces la civilización griega, esa que en forma errónea creemos unitaria, se estructuraba en torno a Ciudades – Estado. La civilización griega como tal, no existe. Lo que conocemos de ella es la sumatoria de elementos comunes, culturales, étnicos, idiomáticos, comerciales, y bélicos, de una serie de pueblos diseminados por un territorio tremendamente fragmentado: la península de los Balcanes y el Mediterráneo. Así es, los griegos, a diferencia de los romanos que se estructuraban en torno a un poder central, se regían a si mismos de manera atomizada, donde cada Ciudad – Estado constituía un país autónomo, y que incluso en determinadas circunstancias, podía llegar a hacer la guerra con otra Ciudad Estado, para la consecución de algún objetivo. En la practica, cada Ciudad – Estado determinaba su propio destino, muchas veces sin considerar el de las demás. Conocidos son los eternos conflictos entre Atenas y Esparta.

La Democracia como forma de administración político territorial que hemos heredado estaba concebida para y desde la ciudad. La pregunta que podríamos hacernos es si ¿Puede entonces entenderse la Democracia fuera de este contexto, puede esta concepción de representatividad ciudadana extenderse a realidades territoriales mayores?

Para los griegos la ciudad era el centro del mundo y la cultura, la manifestación física del ideario social, religioso y cultural. Su gobierno y su tamaño, no podían dejarse al libre arbitrio. Para los griegos la política básica de cada Ciudad – Estado se manifestaba en el tamaño: cuando se sobrepasaban los 5.000 habitantes, había que fundar otra Ciudad – Estado. Y no en cualquier lugar, sino a una determinada distancia, con el suficiente territorio que le permitiera sustentarse en el tiempo de manera autónoma.

Aristóteles concebía el Estado como una asociación de hombres libres que reconocen un mismo gobierno y que pueden reunirse en asambleas, estimando no ser viable aquel que tuviera más de 10 mil ciudadanos. En lengua griega la palabra polis significaba, a la vez, Ciudad y Estado.

Esta inteligencia espacial – funcional de los griegos permitió que su sistema político, la Democracia, diera los frutos culturales que todos conocemos: en ciudades de 5.000 habitantes, la representatividad de un ciudadano para tomar las decisiones de los otros y con los otros en pro del bien común no era una utopía, era una realidad.

Al extrapolar el sistema democrático, esto es representativo, a tamaños ampliamente superiores a los cuales fue concebido, se producen las iniquidades y deformaciones que hemos visto a través de la historia. Es cierto que hoy la calidad y potencia de las comunicaciones nos permiten optar a universos de representación bastante mayores que 5.000 almas, pero también es cierto que el riesgo que implica es alejar el gobierno de los ciudadanos o en el peor de los casos simplemente caer en la demagogia. Hoy mucho de lo que pretende ser Democracia representativa, y solamente por una cosa de “tamaño” del universo de representación, no es más que demagogia. No es que los políticos estén faltos de verdad, es que el sistema democrático pareciera ser poco funcional para “tamaños” demasiado grandes. La distancia entre el representado y el representante se torna inconmensurable, a pesar de las oficinas de atención de público, o de las tortas que se regalan los fines de semana. El político aparece distante y ajeno, preocupado de otras cosas. Y me refiero específicamente a los niveles “nacionales” de representación, situación que por oposición explica el alto grado de validación que hoy tienen por ejemplo las autoridades locales, porque esas si que están preocupadas de los verdaderos problemas de sus electores, aunque y ese el es tema de fondo de la representatividad, los gobiernos locales en la practica no existen, aplastados por la superestructura de instituciones nacionales y sus replicas regionales.
Una democracia verdaderamente representativa, no puede desprenderse de su realidad espacial. Una realidad geográfica y un colectivo social que le den sentido, donde además su tamaño le permita ser fiel y comprometerse con aquello que pretende representar, además de conocer y “saber” de lo que esta hablando. Esta idea hace pensar que, desde el punto de vista político administrativo, la descentralización no es una quimera, es una necesidad urgente para poder sostener un sistema que hace rato hace aguas. Pero no cualquier descentralización sino una que devuelva la Gobernabilidad a las ciudades, con competencias y autonomías plenas. Volver a la democracia representativa, pero esta vez con poder de decisión, con las facultades reales para poder tomar las riendas del desarrollo local, como lo hacían los griegos con sus ciudades estado. No estar esperando por las decisiones miopes y poco sensibles desde el nivel central. Sino gobernarnos a nosotros mismos desde la ciudad y sobre las enormes riquezas de nuestro territorio. La descentralización, la vuelta del poder a las ciudades, la vuelta a la verdadera democracia.

El medio ambiente mediático

El medio ambiente como tópico de interés ha irrumpido en el tapete mediático de la panóptica civilización occidental fuertemente durante las últimas décadas convirtiéndose en un importante protagonista de los noticiarios. Nos hemos acostumbrado a ver al medio ambiente como algo que se está atacando hoy día, y que es necesario revertir y/o evitar de manera urgente y reactiva, saliendo a las calles, o poniéndose delante de los bulldozers que arrasan con los bosques. Normalmente esto ocurre después de que algún noticiero ha puesto el tema sobre la mesa, y por que no decirlo, esto ocurre cuando las demás noticias no dan para mucho. El medio ambiente mediático es quizás uno de los mayores peligros para el medio ambiente real.

Digo esto porque nos hemos acostumbrado a relacionarnos con el medio ambiente de una manera reactiva, bajo la lógica del modelo presión-estado-respuesta (PER). Así, ninguna aparición del medio ambiente, natural o no, en la palestra de la opinión pública lo hace sino bajo el alero de una escandalización de proyectos y/o efectos que ya se encuentran plasmados y materializados en un pobre medio ambiente que entonces urge limpiar y mitigar.

Al menos en Chile las instituciones preocupadas de los “problemas ambientales[1]” trabajan casi como una oficina de emergencias, con fonos denuncia y vehículos para acudir a las “emergencias ambientales” donde entonces todo el mundo solidariza con este denostado medio ambiente.

Pero esta forma de entender los problemas ambientales encierra el peor de los peligros ya que nos ha impedido poner la atención en la columna vertebral de estos problemas, nos ha cegado a una mirada agregada sobre nuestras sociedades y la macro-relación que establecen con el entorno. Difícilmente podremos entender todas estas supuestas catástrofes ambientales o problemas del medio ambiente sino es bajo la óptica del largo plazo y necesariamente de la planificación.

Desde este punto de vista no existe mejor plan de mitigación que una acertada y sensible anticipación sobre el medio ambiente, que sea capaz de orientar el modelo de desarrollo disminuyendo su perversidad intrínseca, más que la preocupación a veces enfermiza y jibarizada en mediciones parciales de componentes ambientales condenados por patrones de desarrollo ya instalados y que difícilmente desde esa óptica tan reducida del modelo PER encuentren alguna solución.

“Pues no cabe ignorar que mientras nuestros pensadores y científicos se entregan a líneas de investigación alocadas y masturbaciones mentales varias, ¡nuestra biosfera está seriamente dañada, y nuestra propia especie corre peligro de extinción a corto plazo[2]"

Es tremendamente ilustrativo de esta situación lo ocurrido con la Empresa de Celulosa CELCO en Chile el último año. Me ha resultado muy curioso asistir a calurosos debates de expertos respecto de profundos estudios sobre los RILES (residuos industriales líquidos) vertidos al humedal y si estos tienen o no relación con la contaminación del ecosistema y muerte posterior de los cisnes, estudios largos, acuciosos y caros para algo completamente obvio desde el punto de vista territorial: un ecosistema confinado como un humedal no resiste una empresa de celulosa… pero para entender esto hay que tener una mirada espacial y agregada sobre el modelo de localización de actividades y su relación con las sensibilidades ambientales… pero los “entendidos” se pierden en discusiones bizantinas midiendo los SOx y NOx, y lo demás. Mientras otras empresas siguen pidiendo silenciosamente sus permisos.

El desconocimiento de los efectos directos - esos que serian un buen candidato para las noticias - sobre el medio ambiente natural no es un impedimento para tener una mirada agregada sobre el territorio, que cobra sentido cuando se miran los procesos en el largo plazo y que permite acompasar la avasallante utilización que hacemos del medio ambiente con las propiedades ecológicas propias de un entorno que ha tomado miles de años en adoptar la forma y características que hoy vemos. El supuesto es que justamente, mirando sobre los patrones de las actividades en el espacio, y comparándolas con las características propias de un medio natural singular, estaremos mirando la batería de problemas ambientales del futuro, y tendremos entonces una mejor oportunidad de corregir las malas decisiones que estamos tomando hoy día.

También se hace indispensable recuperar una mirada mas centrada en el espacio, como objeto de esa planificación de largo plazo que es necesario reformular. En el sentido de que los estudios ecológicos –esos que nos han acostumbrado a la protección de la “biodiversidad” por sobre la protección de las áreas ecológicas, concepto más integral y que incluye al anterior - muchas veces se pierden en miradas sectoriales y puntuales muy interesantes desde el punto de vista especifico, pero que poco ayudan a la compresión de aquellas variables que es necesario cuidar a fin de encaminarse a una mejor gestión de los espacios naturales.

Por otra parte la gran batería de estudios metabólicos del último tiempo: contabilidad material y energética, termo economía, huella ecológica y otros, soslayan la variable espacial como si los procesos que describen ocurrieran en una dimensión abstracta.

En este sentido tanto los estudios metabólicos, como los sectoriales ecológicos, requieren una interfase, una articulación entre ambas miradas, la agregada metabólica y la ecológica sectorial, que permita hacer confluir aproximaciones tremendamente valiosas que este tipo de estudios tienen, pero que no han permitido generar mejores formas de gestionar el futuro y de relacionarnos con el territorio.

Un problema añadido es la compartimentalización académica. En las ciencias naturales, esta situación queda representada por el énfasis que tradicionalmente se ha puesto en el número de especies, en vez del análisis de los ecosistemas, que es más adecuado para dar cuenta de la interrelación en la naturaleza. Una de las consecuencias importantes de tal orientación tiene su expresión en la gestión medioambiental de las áreas «naturales» como si se tratara de islas y, también, en el interés por la gestión de las áreas silvestres más que de las zonas de residencia humana. Este enfoque está presidido por la idea del medioambiente como una esfera separable de la actividad humana (Pardo M.).

"Pero Naturaleza y Sociedad se mueven en espacios-tiempos con ritmos diferentes, con procesos de autocorrelaciones espacio-temporales. Ambas participan en la organización, en el funcionamiento y en la estructuración de los territorios. Todas estas tensiones pueden ocasionar disfuncionamientos que van hasta la sistemólisis territorial. El funcionamiento de un territorio es el resultado de un campo de tensiones, de la interacción cruzada de un conjunto de tensiones naturales, físicas, sociales, económicas, históricas. Todas esas tensiones están sobre el mismo plan conceptual, en el interior del sistema. Ninguna de ellas predomina a priori, pero ninguna debe ser desdeñable tampoco. Cada una representa una parte de la explicación de un territorio, un porcentaje de varianza que va de 0% + épsilon à 100% - épsilon." (Marchand, 1985)

De esta manera las tensiones físicas, naturales, por una parte y las tensiones socioeconómicas por otra tienen procesos propios y diferentes, y evolucionan con distintas velocidades variables.

Pero separarlas, por el hecho de que sus procesos son de naturalezas diferentes, significa olvidar que éstas tienen al menos dos rasgos comunes, que son el tiempo y el espacio.
[1] Como ellos mismos los denominan y que refuerza el concepto que se transmite.
[2] Riechmann Jorge. Gente que no quiere viajar a Marte, p. 46.

La Ausencia de la Pregunta Original

Sobre la relación del hombre con el medio natural.
“En el principio separó Dios las aguas de la tierra… y vio Dios que era bueno”.

Al igual que el gesto descrito por la Biblia, el hombre en su actuar sobre el territorio lo hace sobre la base de la diferenciación. Diferencia por sobre igualdad, singularidad por sobre homogeneidad, en un gesto que tensiona el espacio volviéndolo anisotrópico. Sobre el continum idílico de los espacios naturales el hombre configura sus intereses, convirtiendo los valores propios de la naturaleza - los intrínsecos que la hacen ser lo que es, más allá de nuestras mezquindades - en recursos, sobre los cuales la sociedad construye su prosperidad.

Esta segregación de los espacios naturales que ocurre en virtud de la diferenciación que se hace de ellos - recursos por un lado y bienes fondo por otro; los que gozan de valor económico y los que no; las bellezas turísticas y las fealdades territoriales - está ausente justamente de la mirada sobre el medio natural mismo, sobre sus singularidades propias al margen de la valoración que le entrega el hombre. Se interviene el medio ambiente en virtud de los intereses mezquinos de una sociedad que no actúa con el principio de maximizar los beneficios colectivos, sino sobre la exacerbación de los beneficios pecuniarios individuales – que maximizan los beneficios con “manos invisibles….” según sostiene Adam Smith, el gurú del neoliberalismo – fundados en un modo de vida intrínsecamente crematístico que subyuga todos los futuros posibles estigmatizándolos bajo el cruel concepto de la inversión[1]: aprovechar hoy los frutos que eran para mañana. Pero esta manera tan cruel y matemática de proceder sobre este medio natural, que por cierto siguiendo a Aristóteles es más crematística que económica, ignora los procesos naturales, sus tiempos y espacios, que operan en dimensiones invalorables para el homo-crematisticus.[2]

Así es la forma irresponsable de proceder de la sociedad que nos ha tocado vivir y sobre la cual nos preguntamos algunos constantemente sobre su futuro. Una sociedad ausente de preguntas originales y de toda prudencia, que jamás se cuestiona si aquella diferenciación que se introducirá sobre el medio natural, y que por cierto muchas veces marcará su devenir, será apropiada, permitirá que ese espacio ahora diferenciado del resto en virtud de su potencial crematístico al menos mantenga la esencia de lo que hoy lo hace ser lo que es, siquiera como una medida del limite de explotación que se pretende instalar.

No, procedemos de manera ciega al futuro y en la constante diferenciación que ejercemos sobre el medio únicamente lo hemos deteriorado y dañado, y en nuestra ceguera total seguimos maquillando los efectos inmediatos de nuestras crematísticas acciones sobre él, ignorando las otras diferenciaciones, las que ocurren sobre el tablero, el computador y el escritorio y que son las que están definiendo los efectos nocivos del futuro, los inconmensurables efectos de nuestras abyectas planificaciones que en pocas generaciones nos dejaran sin planeta.

Urge volver a la pregunta original, esa que tiene su espacio antes de cualquier acción, aquella única que podría reivindicar nuestra manera de relacionarnos con el medio ambiente. La pregunta que trascienda nuestra crematística manera de entender el mundo con beneficios inmediatos pisoteando las necesidades del largo plazo:

¿Podrá el medio natural soportar de manera adecuada la diferenciación sobre la cual esta sociedad proyecta sus beneficios?
[1] Acción de invertir, en el caso el futuro por el presente.
[2] Usando la definición del propio Aristóteles, parece mas acertada esta definición que la de homo economicus citada en algunos textos, en virtud de que la economía es en estricto rigor el racionamiento de la escasez. En el caso particular no existe ningún racionamiento sino un único interés eminentemente pecuniario, es decir crematístico, con un apetito la más de las veces voraz.